Descripción.

En el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, se define la palabra describir como:
1. Delinear, dibujar, figurar algo, representándolo de modo que dé cabal idea de ello.
2. Representar a alguien o algo por medio del lenguaje, refiriendo o explicando sus distintas partes, cualidades o circunstancias.
La descripción es la explicación ordenada y detallada de las características o rasgos importantes de las personas, los lugares o los objetos. Junto con la narración, la descripción es uno de los discursos más utilizados en los textos literarios.

Ejemplos de diferentes tipos de descripción:

Prosopografía (descripción de las características externas de una persona o de un animal).

En verdad, el aspecto externo de Momo era un poco extraño y tal vez podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al aseo y al orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si tenía ocho años o ya doce. Tenía el pelo muy ensortijado, negro como la pez, y parecía no haberse enfrentado nunca a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza.
En Momo, de Michael Ende.

Etopeya (descripción de rasgos psicológicos o morales de una persona o personaje literario).

D. Gumersindo era un ser extraordinario: el genio de la economía. No se podía decir que crease riqueza; pero tenía una extraordinaria facultad de absorción con respecto a la de los otros, y en punto a consumirla, será difícil hallar sobre la tierra persona alguna en cuyo mantenimiento, conservación y bienestar hayan tenido menos que afanarse la madre naturaleza y la industria humana. No se sabe cómo vivió; pero el caso es que vivió hasta la edad de ochenta años, ahorrando sus rentas íntegras y haciendo crecer su capital por medio de préstamos muy sobre seguro. Nadie por aquí le critica de usurero, antes bien le califican de caritativo, porque siendo moderado en todo, hasta en la usura lo era, y no solía llevar más de un 10 por 100 al año, mientras que en toda esta comarca llevan un 20 y hasta un 30 por 100, y aún parece poco [...]
Con todos estos defectos, que aquí y en otras partes muchos consideran virtudes, aunque virtudes exageradas, D. Gumersindo tenía excelentes cualidades: era afable, servicial, compasivo, y se desvivía por complacer y ser útil a todo el mundo aunque le costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre y amigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación. Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez leguas a la redonda.

En Pepita Jiménez, de Juan Valera.


Topografía (descripción de las características que posee un espacio determinado).

Tras mi ventana, a unos trescientos metros, la mole verdinegra de la arboleda, montaña de hojas y ramas que se bambolea y amenaza con desplomarse. Un pueblo de hayas, abedules, álamos y fresnos congregados sobre una ligerísima eminencia del terreno, todas sus copas volcadas y vuelta una sola masa líquida, lomo de mar convulso. El viento los sacude y los golpea hasta hacerlos aullar. Los árboles se retuercen, se doblan, se yerguen de nuevo con gran estruendo y se estiran como si quisiesen desarraigarse y huir. No, no ceden. Dolor de raíces y de follajes rotos, feroz tenacidad vegetal no menos poderosa que la de los animales y los hombres. Si estos árboles se echasen a andar, detruirían a todo lo que se opusiese a su paso. Prefieren quedarse donde están: no tienen sangre ni nervios sino savia y, en lugar de la cólera o el miedo, los habita una obstinación silenciosa. Los animales huyen o atacan, los árboles se quedan clavados en su sitio. Paciencia: heroísmo vegetal.

En El mono gramático, de Octavio Paz.

Retrato (descripción física y moral de una persona).

Los dos parisienses que atravesaron la plazoleta tenían unos rostros que, a decir verdad, hubiesen sido típicos para un pintor. Uno de ellos, el que parecía ser el subalterno, llevaba unas botas bajas de montar, que por caer demasiado bajo, dejaban ver unas pantorrillas raquíticas y unas medias de seda de dudosa limpieza. El calzón, de patio color amarillo y con botones de metal, era un tanto demasiado ancho; el cuerpo debía encontrarse dentro de el muy a sus anchas, y sus marcadas arrugas indicaban, por su disposición, al hombre de oficina. El chaleco de piqué, recargado de salientes bordados, abierto y abrochado con un solo botón en la parte superior del vientre, daba a este personaje un aspecto tanto más raro, cuanto que sus cabellos negros, rizados en forma de tirabuzones, le ocultaban la frente y caían a lo largo de las mejillas. Dos cadenas de acero, de reloj, iban a ocultarse en los bolsillos de su calzón. La camisa estaba adornada con un alfiler que sustentaba una piedra fina blanca y azul. La casaca, color canela, llamaría indudablemente la atención de un caricaturista por sus dos faldones, que, vistos por detrás, tenían tan perfecta semejanza con un bacalao, que recibieron esta denominación. La moda de las casacas con faldón de bacalao, duró diez años, casi tanto como el imperio de Napoleón. La corbata, plana y con muchos pliegues, permitía a este individuo ocultar el rostro hasta la nariz. Su cara llena de granos, su gorda y larga nariz color de ladrillo, sus animados pómulos, en boca desdentada pero amenazadora y maliciosa, sus orejas adornadas de grandes pendientes de oro, su frente deprimida, todos estos detalles, que parecían grotescos, se hacían terribles, gracias a dos ojillos de la forma y tamaño de los de los cerdos, que denotaban una implacable avidez y una crueldad truhanesca y casi gozosa. Estos dos ojos escudriñadores y perspicaces, de un azul claro, podían ser tomados por modelo de aquel famoso ojo, temible emblema de la policía, inventado durante la Revolución. Llevaba guantes negros y una varita en la mano. Debía ser algún personaje oficial, pues ostentaba en su porte, en su manera de tomar tabaco y de metérselo en la nariz, esa importancia burocrática de un hombre secundario a quien las órdenes recibidas de sus jefes constituyen momentáneamente en soberano.

El otro, cuyo traje era del mismo gusto, pero elefante y llevado con mucha gracia, pulcro hasta el exceso y que hacía chillar al andar unas botas a la Suwaroff, puestas por encima de un pantalón muy estrecho, llevaba sobre la casaca aquella especie de túnica, moda aristocrática, adoptada por los Clichanos y por la juventud elegante, y que sobrevivió a los unos y a la otra. En esta época hubo modas que duraron más que los partidos, síntoma de anarquía que nos ofrecía ya el 1830. Este perfecto petimetre parecía tener unos treinta años. Sus modales denotaban sus buenas relaciones, y llevaba alhajas de precio. El cuello de la camisa le llegaba hasta las orejas. Su aire fatuo y casi impertinente acusaba una especie de superioridad oculta. Su cara pálida parecía no tener una sota de sangre: su nariz, roma y fina, tenía el aspecto sardónico de la nariz de una cabeza de muerto, y sus ojos verdes eran impenetrables. Su mirada era tan discreta como debía serlo su boca cerrada y provista de delgados labios. El primero parecía ser un buen muchacho comparado con este joven, seco y avellanado, que azotaba el aire con un junco, cuyo puño de oro brillaba al sol. El primero podía cortar por si solo la cabeza de cualquiera; pero el segundo era capaz de envolver en las redes de la calumnia y de la intriga, a la inocencia, a la belleza y a la virtud, ahogándolas o envenenándolas fríamente. El hombre rubicundo hubiera consolado a su víctima con sus chistes; el otro ni siquiera le hubiese sonreído. El primero tenía cuarenta y cinco años y debía ser aficionado a la buena vida y a las mujeres. Esta clase de hombres tienen todos pasiones que los hacen esclavos de su oficio. Pero el joven no tenía ni pasiones ni vicios. Si era espía, pertenecía a la diplomacia y trabajaba por amor al arte. El concebía y el otro ejecutaba; él era la idea y el otro la forma.

En Un asunto tenebroso, de H. Balzac.

Paralelo (descripción de por lo menos dos personas, mediante la comparación).

En la tablada de Córdoba se midieron las fuerzas de la campiña y de la ciudad bajo sus más altas inspiraciones: Facundo y Paz, dignas personificaciones de las dos tendencias que van a disputarse el dominio de la República. Facundo, ignorante, bárbaro, que ha llevado por varios años una vida errante que sólo alumbran de vez en cuando los reflejos siniestros del puñal que gira en torno suyo; valiente hasta la temeridad, dotado de fuerzas hercúleas, gaucho de a caballo como el primero, dominándolo todo por la violencia y el terror, no conoce más poder que el de la fuerza brutal, no tiene fe sino en el caballo; todo lo espera del valor, de la lanza, del empuje terrible de sus cargas de caballería. ¿Dónde encontraréis en la República Argentina un tipo más acabado del ideal de gaucho malo? Paz es, por el contrario, el hijo legítimo de la ciudad, el representante más cumplido del poder de los pueblos civilizados. Paz es militar a la europea; no crece en el valor solo, y no se subordina a la táctica, a la estrategia y a la disciplina; apenas sabe andar a caballo; es, además, manco y no puede manejar una lanza. La ostentación de fuerzas numerosas le incomoda; pocos soldados, pero bien instruidos [...]

En Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento.

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